Las interacciones se basan, generalmente en un proceso que Lazarus y Folkman (19984) denominaron evaluación cognitiva. Esta evaluación es un proceso mental el cual se evalúan dos factores: la medida en que un estresor amenaza al sujeto y los recursos de éste que están disponibles para enfrentarse al suceso. Estos dos factores dan lugar a la distinción entre evaluación primaria y secundaria.
- La evaluación primaria es la valoración que se hace del signo del estresor (positivo o negativo) y de cuáles pueden ser sus consecuencias.
- La evaluación secundaria es la apreciación que el sujeto hace de su capacidad, y disponibilidad de recursos, para afrontar el desafío, amenaza o cambio que impone el evento.
Así definitivamente, desde este punto de vista, el estrés (fisiológico, cognitivo, emocional y de comportamiento) se produce a consecuencia de los dos tipos de evaluación que del evento se hacen.
Podemos distinguir tres clases de evaluación primaria:
- Irrelevante: Cuando en el encuentro con el entorno no conlleva implicaciones para el individuo, tal encuentro pertenece a la categoría de irrelevante, es decir, el encuentro no implica valor, necesidad o compromiso.
- Benigna-positiva: Tienen lugar si las consecuencias del encuentro se valoran como positivas, es decir, si presentan o logran el bienestar o si parecen ayudar a conseguirlo. Tales evaluaciones se caracterizan por generar emociones placenteras.
- Estresante: Incluyen aquellas que significan daño/pérdida, amenaza y desafío.
La amenaza se refiere a aquellos daños o pérdidas que todavía no han ocurrido pero que se prevén. Aún cuando ya hayan tenido lugar, se consideran igualmente amenaza por la carga de implicaciones negativas para el futuro que toda pérdida lleva consigo.
La importancia adaptativa primaria de la amenaza se distingue del daño/pérdida en que permite el afrontamiento anticipativo. En la medida en que el futuro es predecible, el ser humano puede planear y tratar por anticipado algunas de las dificultades que espera encontrar.
La tercera clase de evaluación del estrés, el desafío, tiene mucho en común con la amenaza en el sentido en que ambos implican la movilización de estrategias de afrontamiento. La diferencia principal ente los dos es que en el desafío hay una valoración de las fuerzas necesarias para vencer la confrontación, lo cual se caracteriza por generar emociones placenteras tales como impaciencia, excitación y regocijo, mientras que en la amenaza se valora principalmente el potencial lesivo, lo cual se acompaña de emociones negativas tales como miedo, ansiedad y mal humor.
A pesar de lo que aparentemente se puede apreciar, la amenaza y el desafio no deben ser considerados como dos sentidos opuestos de una misma dirección, sino que ambas evaluaciones pueden coexistir y deben considerarse por separado aunque estén relacionadas. Más aún, la relación entre las evaluaciones de amenaza y desafío pueden cambiar a lo largo de una misma situación; ésta puede evaluarse en principio como más amenazante que desafiante, para pasar luego a considerarse a la inversa, como resultado de los esfuerzos cognitivos de afrontamiento, los cuales hacen que el individuo considere el acontecimiento desde un punto de vista más positivo o bien debido a cambios en el entorno que alteren la relación individuo-medio en el sentido mejorarla.
El desafío, como opuesto de la amenaza, tiene importantes implicaciones en el proceso de adaptación. Por ejemplo, las personas para las que los acontecimientos significan un reto, disponen seguramente de ventajas en moral, calidad de funcionamiento y salud del organismo, sobre aquellas otras que se sienten fácilmente amenazadas. Las primeras tienen con mayor probabilidad, buen estado de ánimo dadas las emociones positivas que el desafió lleva consigo; igualmente, la calidad de su funcionamiento puede ser mejor al sentirse más confiada, emocionalmente menos abrumada y más capaces de desarrollar recursos adecuados que aquellas inhibidas o bloqueadas. Por último, es posible que la respuesta psicológica al estrés sea distinta en una situación y otra, de modo que las enfermedades típicas de la adaptación sean menos frecuentes en las situaciones de desafió (Lazarus y Folman, 1984).
Cuando estemos en peligro, ya sea bajo amenaza o desafío, es preciso actuar sobre la situación, en este caso, predomina una forma de evaluación dirigida a determinar qué puede hacerse y que llamamos evaluación secundaria. La actividad evaluativa secundaria es característica de cada confrontación estresante, ya que los resultados dependen de lo que se haga, de que pueda hacerse algo y de lo que está en juego.
La evaluación secundaria no es un simple ejercicio intelectual encaminado al reconocimiento de aquellos recursos que pueden aplicarse en una situación determinada, sino que además es un complejo proceso evaluativo de aquellas opciones afrontativas por el que se obtiene la seguridad de que una opción determinada cumplirá con lo que se espera, así como la seguridad de que uno puede aplicar una estrategia particular o un grupo de ellas de forma efectiva.
En cualquier caso, la evaluación secundaria incluye la apreciación de la capacidad de afrontamiento, entendiendo éste como:
Los esfuerzos conductuales y cognitivos para dirigir (controlar, tolerar, disminuir o menospreciar) las demandas ambientales e internas y los conflictos que exceden los recursos disponibles.
Pearlin y Schooler (1978) señalaron que la función protectora de la conducta de afrontamiento puede ser ejercida de tres maneras:
- Eliminando o modificando las condiciones que originan los problemas
- Controlando perceptivamente el significado de la experiencia de forma que neutralice sus aspectos problemáticos.
- Manteniendo las consecuencias emocionales de los problemas dentro de los límites controlables.
Un concepto que aparece con frecuencia en la literatura sobre el estrés es el de recursos. Los recursos son la capacidad del individuo para diferencias problemas, generar planes y actuar de manera que puedan generar respuestas de afrontamiento, lo que implica una clasificación de los individuos según la forma en la que crean estos recursos.
Fuente: José Miguel Latorre Postigo y Pedro José Beneit Medina. Psicología de la Salud: Aportaciones para los profesionales de la Salud. Buenos Aires, Li,em, 1992, 2º Edición. Capítulo 4 Pag. 57-75
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